A pocos kilómetros al sur de la ciudad de Valencia, la laguna de la Albufera es la maravilla del mes de octubre, situada en el corazón de un pintoresco parque natural.
Esta valiosa zona protegida es un mosaico de 21.000 hectáreas de paisajes, historia y biodiversidad. Antiguamente un amplio golfo marino, el lago fue esculpido hace miles de años cuando los ríos Turia y Júcar depositaron sedimentos que formaron una barrera arenosa – la restinga – separándolo del mar Mediterráneo. Lo que queda hoy es un rico entramado de entornos, que incluye el lago, las dunas, los humedales, los arrozales y el bosque.
En el centro del parque se encuentra la propia laguna, una joya de 3.000 hectáreas donde las aguas abiertas, llamadas lluent en valenciano, brillan bajo el sol, salpicadas de islotes cubiertos de vegetación conocidos como matas. Alrededor, extendiéndose por unas 14.000 hectáreas, se encuentran los arrozales —antes marismas—, hoy una de las zonas arroceras más importantes de España y proveedoras de decenas de miles de paellas valencianas. Escondidos aquí y allá se hallan manantiales ocultos, conocidos localmente como ullals, de gran valor ecológico.
Biológicamente, L’Albufera es sencillamente excepcional. Sus hábitats de dunas y marismas albergan plantas raras como Kosteletzkya pentacarpa y Limonium dufourii. También prospera aquí una fauna única, como el samaruc, un pequeño pez que no se encuentra en ningún otro lugar fuera de Valencia. Pero las aves son las auténticas protagonistas: este es el tercer humedal más importante de España para las aves. Durante un paseo en barca, fíjate en las garzas y limícolas, que crían en abundancia, y quizás puedas ver bandadas de patos —a menudo más de 20.000 ejemplares— junto a especies amenazadas como la cerceta pardilla, que visita el lugar en invierno.
La vida humana ha estado durante siglos entrelazada con los ritmos del parque. El nivel del agua puede regularse mediante compuertas en la restinga y el cultivo del arroz marca las estaciones, mientras que la pesca y la caza tradicionales continúan en armonía con la naturaleza. Diseminadas por el paisaje se encuentran las rústicas barracas —construcciones de techumbre de paja y tejado a dos aguas—, además de otros edificios históricos y religiosos, testigos de siglos de convivencia.
La mejor forma de disfrutar de las maravillas de este paisaje acuático es en barca, con opciones de paseos privados y excursiones económicas disponibles. Y no pierdas la oportunidad de incluir después una auténtica comida de paella valenciana.
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